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domingo, 22 de julio de 2012

Relato #2: La Venganza [Capítulo 1]


Mi vida, desde luego, estaba llena de decepciones, caídas y repugnantes niñatas que no paraban de amargármela.
-¿Qué ha hecho esta vez? –me preguntó Marta tras llamarla.
-Mientras estábamos en las duchas después de gimnasia, me cogió mi ropa interior y la puso en el tablón de anuncios con una foto mía.
Marta se quedó en silencio durante unos instantes.
-Voy para allá.


Ya estaba harta (por decir algo) de lo que me estaba causando Esther. Y todo porque le robé su almuerzo en 1º de primaria. Me había hecho todo lo inimaginable: Tirarme tomates, zancadillas, tirarme desde un segundo piso un cubo de basura, empujarme a la piscina del instituto vestida, desabrocharme el bikini cuando estuvimos en natación (suerte que tengo muchos reflejos y me lo até rápidamente), ponerme cola extra fuerte en el asiento, meterme un excremento de perro en el zapato, bajarme la falda en cambio de clase...

Siempre acababa llorando, pero esta vez no podía dejar que me pasara, no le quería dar esa satisfacción. Llamaron a la puerta, abrí.
-Mira, Olga –me llamó nada más abrir la puerta-, siempre te está haciendo putadas y tú te quedas de brazos cruzados...
-No –sonreí- esta vez no dejaré que se vaya sin más.
Me fui corriendo hacia la cocina y cogí un cuchillo.
-¡¿Pero qué vas a hacer?!
Me fui corriendo a abrir la puerta principal.
-Voy a pinchar las ruedas de su Vespa a esa puta.
Ni siquiera lo había pensado, simplemente lo hice. Fui corriendo a través de las calles hasta llegar a la de Esther.
La reconocí al instante: Una Vespa rosa chillón con flores blancas coloreadas. Me agaché hacia las ruedas (mientras Marta estaba grabando la escena) y las pinché, creía que iban a ser más blandas, pero que tuve que forzar bastante hasta que se ablandó y entonces ya fue más fácil hacer más agujeros.
Oí el sonido de una puerta. Me levanté rápidamente para estar preparada para enfrentarme a ella. Pero quien salió de casa fue Alex, su hermano. No sabía que era peor, la verdad.
Alex tenía un año más que nosotras e iba a primero de carrera. Nunca le había conocido en persona, solo en fotos. Lo único que sabía de él (a parte de que todo el mundo le conocía y las chicas le admiraban) era que hace un año, cuando su hermana consiguió el carnet de la Vespa, le él atropelló cuando venía de guitarra. Estuvo semanas en el hospital. Supuse que su relación con su hermana sería mala.
Me miró extrañado y asustado al ver el cuchillo.
-¿Quién eres y qué haces con eso?
Se acercó a mí. Su pelo negro era corto y ondulado y cada vez que cada un paso más, podía apreciar sus ojos verdes claros y fríos mirándome sorprendido. Decidí contárselo sin más, porque sinceramente, a mí improvisar se me da fatal.
-Mira, tu hermana me ha estado haciendo putadas desde primaria y yo siempre me he estado aguantando, llorando en las esquinas y esperando que algo malo le pasase, que se le cayera el pelo, o que le depilaran mal las cejas y se las tuviera que pintar con rotulador permanente, o... o que la pusieran los cuernos o cualquier cosa... Y entonces hoy, cuando me ha puesto en ridículo, robándome mi sujetador y mostrándoselo a todo el instituto mientras me llamaba zorra –suspiré y vi la gran sorpresa de Alex ante lo que me había hecho-, pues he decidido hacer algo para que sepa lo que se siente... –bajé la cabeza- Lo siento.
Para mi gran sorpresa, se acercó más a mí y me abrazó. Cuando apoyé mi cabeza en su hombro, vi a mi amiga desde el otro lado, observándome y sonriendo, ahogando una carcajada. Ella hizo un corazón con los dedos y yo la intenté hacer parar con la mirada.
-¿Necesitas ayuda? –me preguntó con una sonrisa encarnando una ceja.
Me agarró de los hombros con fuerza y me miró a los ojos. “Vale, esto sí que no me lo esperaba”, pensé.
Ante mi cara totalmente desencajada, intentó explicármelo.
-Nunca se ha preocupado por mí. Cuando me arrolló, ni siquiera llamó a una ambulancia, fueron los vecinos, ella se dedicó a cambiar de dirección y seguir con su camino. Me dejó en la calle mientras perdía el conocimiento. Según mis padres, no me vino a visitar nunca. Nunca me pidió perdón.
-Vaya... No sé quien la odia más –oí como se reía.
-Tú, créeme, aunque no me haya prestado atención en ningún momento, creo que los lazos de sangre nunca desaparecen de la conciencia, así que, siempre quedará algo que nos una.

CAPÍTULO 1/3

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